sábado, 24 de octubre de 2009

Aquellas pequeñas cosas

Aquellas pequeñas cosas, la canción que me recuerda a mi madre. Nos reconoció, en un momento sensible, que esta canción de Serrat la hace llorar. No en cualquier momento! solo cuando la escucha de camino al trabajo, en su monovolumen (se escribirá así?) Renault Scenic, sin nadie en el asiento de al lado. No son lágrimas de pena, sino de nostalgia y de felicidad.

 Todos tenemos nuestras pequeñas cosas, nuestros pequeños recuerdos, nuestra pequeña lista que nos da identidad. Siguiendo con mi madre (Merch, Amelie, la madre de Lara Paula y Julia, la esposa de Lluis, la hermana de Pili y Fifi, la tia guay, la pequeña de Amparo, la señorita Merche), os voy a contar otra historia. Hace unos años tuve un momento triste y ella (como haría cualquier madre) me intentó animar. Ella siempre me ha remarcado la importancia que tiene el futuro, pero sobretodo la importancia que tiene el presente. Es verdad que debemos trabajar para conseguir aquello que queremos más adelante pero nunca debemos olvidar que, aunque aquello no llegue, es importante poder mirar atrás y ver que solo el camino ha valido la pena. Así que en aquel momento, mi madre, me dijo que no era una solución estar triste sino que esto me tenía que servir para valorar todo lo que tengo ahora y vivir con intensidad. Así que en lugar de soltar un gran discurso maternal me dio un pequeño libro, “Coses que fan que la vida valgui la pena”. La autora es Maria Mercè Roca, autora catalana compañera de la infancia de mi madre, y el libro relata distintos detalles que construyen su felicidad. Aquel día leí el libro y empecé a valorar.

Hoy, 4 años más tarde, quiero dejar escrita mi lista.

Estar en la cama y que llueva, un helado de chocolate del Dino, que te guste un vestido y encuentres tu talla, encontrarte a alguien de tu pueblo cuando estás lejos, comer paella en casa l’àvia, que pongan “brown eyed girl”, compartir un secreto, un e-mail que no sea un e-mail en cadena, las patatas fritas de Ana, recibir una postal, una tarde de domingo en la Latina, un encuentro en el “Diario de Patricia”, que te espere alguien en el aeropuerto, un buen consejo, pasear por Malasaña, una llamada inesperada, salir antes de trabajar, aprobar un examen, una bañera de agua caliente, un nuevo capítulo de Lost, un beso, escuchar un marujeo, cruzar el puente de Brooklyn de noche, que llegue el verano, una flor el día de Sant Jordi, un abrazo de los que casi te ahogan, reecontrarse con un amigo que hace muchos que no ves, que se acuerden de tu cumpleaños, adornar el árbol de navidad, comprar un billete de avión, dar un regalo, un plato de “escalivada”, preparar una maleta, encontrar una camiseta que pensabas que habías perdido, recibir una sorpresa, que te sirvan una Estrella Damm en un bar de New York, escuchar a alguien hablar catalán, ver fotos que no recordabas ni que tenías, leer el final de un libro, comer regaliz, patinar en el Luna Park, una sonrisa, decir “feliz año nuevo”, el pà amb tomàquet, cantar en un karaoke, recordar momentos de la infancia, que gane el Barça cuando estoy en Madrid, las tardes-noches de carrera en el piso, "Es Pou des Lleó", la cena de noche buena, San Sebastián, ver a alguien tocar el saxo, el momento antes de salir a competir con mi equipo de patinaje, graduarse, un petit suisse de chocolate, ver ganar al Sant Josep, las fiestas del polivalent, los lunes al sol, un partido de baloncesto, un anuncio gracioso, un “quinto” en “l’Enrenou”, observar el cielo, una actuación de Sabina, la tripita de Belen, el color rosa, que se te pongan los pelos de punta, patinar en el Retiro, Williamsburg, una canción de Bom Bom Chip, el atardecer en Central Park, el atardecer en Benirrás, un cuadro de Alba, despertar escuchando Bob Dylan, perderse en la ciudad, tomar el café en la calle 23, una partida de palas en Punta Prima, el sonido del mar.

martes, 13 de octubre de 2009

Carlitos


Este*…

Decir adiós, salir del apartamento y coger el metro dirección Queens (importante: la N o la W que la cosa no funciona con normalidad), bajar a la 30 y andar a mano izquierda hasta la 42, girar a la derecha y ya!

 Allí me encuentro con Carlitos y con la gente que durante las próximas horas trabajará sin parar para darle sentido a su historia. La curiosidad por este mundo desconocido para mi (vivir de cerca un rodaje) me ha llevado a pasar el fin de semana en una casita de Queens, donde un equipo de profesionales muy majos (pana* para ellos) se han encargado de dar forma a una idea que tuvieron 9 meses atrás. Carlitos, el gran protagonista, es un osito de peluche que ha vivido durante años encerrado en una caja. Parece que, cuando finalmente su dueño lo ha reecontrado, él no está muy contento de haber perdido parte de su vida allí dentro y decide (combinando lingotazos de tequila y citas de grandes autores) hacerle la vida imposible.

 Entre cafés, bromas, cables y polvos saca-brillos todo va adquiriendo forma y sus creadores se sienten orgullosos de su trabajo. Y yo también, de poder vivir esta nueva experiencia.

 El padre-fundador de Carlitos, el director Javier Perez-Karam (mente talentosa capaz de definir a “el tamarindo*” como a un fruto parecido a una uva con un toque de Jengibre y mango, cubierto por una especie de cáscara) ha estado acompañado desde el primer momento de sus incondicionales, quienes tambien han dado sentido a toda esa vaina*:

Alex Prokos, compañero de la vida de Javi.

Alejandro Ferrer, conocedor de las noches en Taboo (Madrid) y meteorólogo.

Leonard Zelig, dueño de todo mueble que pueda salir en el rodaje y jugador de futbol.

Roberto Alcázar, persona capaz de hablar sin voz y con eso decirlo todo.

 Sin olvidarnos de la colaboración del recién llegado Luis, de Anabella, de Pilar, de los actores y de la gran ayuda del P.A John, sin el cual el rodaje no hubiera sido posible.

 En fin, gracias por esta nueva experiencia y por mostrarme el patio delantero de vuestra casa y parte del interior. Espero veros de nuevo para que nos podamos acabar de mostrar las flores y también la porquería que esconde el patio trasero.

 Espátula y un boliqueso, digo… un bolibeso!

 *Más aprendizajes adquiridos en el rodaje. 

lunes, 5 de octubre de 2009

Un café con amor

Los encargados de despertarnos cada mañana no son nuestros despertadores, ni el ruido de los coches y ambulancias, sino los trabajadores del quiosco de la calle 23. De camino a la escuela cada día hacemos una parada técnica allí para comprar nuestro café, entramos en boxes y al salir adquirimos otro ritmo, más vitalidad.

Nos conocen. Uno con azúcar otro con sacarina. Siempre mientars esperamos nos contamos la vida, al final todos somos inmigrantes en esta ciudad! Nos encantan vuestros cafés, comentamos, y nos dicen en un inglés con acento marroquí: -Porque están hechos con amor! Nos despedimos con un: -See you tomorrow! Y…

seguimos avanzando. Si no vamos tarde, nos permitimos hacer un pequeño descanso para terminar nuestra bebida amorosa en unas mesas que hay situadas en la 5th avenue, delante del flat Iron Building, a cuatro pasos de mi agencia (me verán desde la ventana?).

Retomamos el camino. Cada vez más despiertas, subimos la fashion avenue, nos quejamos de los turistas que van a paso lento y de los chicos que te intentan convencer en cada esquina de que hagas un tour en autobús, y mientras tanto aceleramos más el paso, ya no vamos tan bien de tiempo.

Pasamos por delante del Madison e inevitablemente siempre tengo que mirar hacia arriba un momento y dedicarle una sonrisa, ya queda  poco para que te vea de dentro pienso.

Nos cruzamos con la ejecutiva que se cambia las bailarinas por tacones, el vendedor de fruta que pasea su carrito, la china del restaurante de la esquina y el señor que trabaja de cartel con patas de Burguer King.

Al llegar a la calle 36 cruzamos. Una vez en la puerta de la escuela siempre es hora punta (las 10!). Hay una larga cola para coger el ascensor. Así que un día más nos toca subir andando los 5 pisos. Llegamos sin casi poder ni respirar... Me despido de Alba y me dirijo a la clase 515. Hi Lara! Me saludan. Me esperan 3 o 4 horas y media de clase (según el día) en la torre de Babel. Así que una vez sentadita y con el libro abierto me toca agradecerle a mis despertadores que un día más hayan hecho bien su trabajo (con amor).