miércoles, 25 de febrero de 2015

Con un bordado rojo

Es de esas personas. De las que te acuerdas al final del día, antes de cenar. Te despiertan ternura, simpatía y hacen que el balance de tu día sea un poco más positivo.

No sé su nombre pero le gusta ir al gimnasio al mediodía, los días que hay clase de aquagym, martes y jueves. Se junta con sus amigas del barrio y lo que pasa antes de la clase es todo un ritual. 

No pueden parar de hablar. Repasan a todas las vecinas, alaban a sus nietos, critican a sus maridos, se ríen de sus juanetes, de su cuerpo, de sus movimientos, de las lentejas, de la vida. Llegan más de media hora antes, pero se les hace corto y al último momento una carcajada les acompaña en su sprint final antes de ponerse en remojo.
Desfilan sus gorros de licra, bañadores antiguos, y algunas crocks. Las risas se apagan en el vestuario, pero las imagino seguir por los pasillos hasta acompañar el cloro.

La vuelta todavía es más divertida. Vuelven mojadas, cansadas, alegres, con anécdotas. Una no seguía los pasos, la otra se veía las carnes flotar, la otra no podía levantar la pierna. La otra estaba en su mejor día, cual Ariel en el agua. 

A ella a veces no la veo entre el grupo. Pero no me preocupo. Es entonces cuando siempre sale alguien de la ducha y grita: -¿Alguien se ha dejado un bañador? Lo miro, es negro con un bordado rojo. Entonces sonrío, ahora ya sé que ha estado aquí.