Pensando en una nueva campaña para
uno de nuestros clientes, Ignasi hizo una gran reflexión o, como queda más cool
decir en publicidad, extrajo un gran insight.
Podemos afirmar que la figura parental
nos ayuda durante toda nuestra vida, sobre todo, cuando somos pequeños y sin
darse cuenta nos sobreprotege y nos impide crecer a ritmo rápido.
De hecho, aprendemos más cuando deja
que nos equivoquemos, cuando nos deja llorar, cuando permite que lo intentemos
solos, dejándonos tropezar una y otra vez con la misma piedra. Esto, como a
padre, a veces es complicado, pero la satisfacción es mayor cuando los hijos
consiguen hacerlo solos y ellos están allí para verlo. Porque han sabido
esperar pacientemente a que sus peques lo probaran una y otra vez, a que pusieran
sus bracitos solos dentro del jersey, a que la cuchara acertara torpemente
dentro de la boca o que alcanzaran a coger aquél juguete que les queda muy
lejos.
Así que hoy os quiero hablar de
alguien que no me ayudó a ponerme el jersey y que esperó pacientemente a que lo
hiciera por mi sola, animándome a intentarlo una y otra vez hasta que lo
conseguí, aunque esto supusiera que algunos a mi alrededor se enfadaran porque
tenían prisa por salir a la calle. O causara algún que otro desperfecto.
No solo lo conseguí una vez, sino que
su apoyo hizo que me pusiera el jersey día tras día. Copié de él los mejores
trucos para hacerlo y con el tiempo me puse jerseys, camisetas, calcetines, incluso
camisas de seda llenas de botones.
Si lo hacía bien, entonces él chocaba
su puño con el mío, una versión personalizada del give me five. Su aprobación. Y
mi subida automática de ego.
Hoy ya no está liderando el equipo de
pequeños estilistas, pero desde aquí quiero darle las gracias: por hacerme
progresar, por dejarme crecer, y caer, por la paciencia, los consejos, por el
cariño y por crear esta gran familia.
Gracias Robert J