miércoles, 9 de marzo de 2011

LA YAYA

Hoy os quiero hablar de alguien de quien me acuerdo a menudo, pero en especial estos días porque el día 25 va a hacer un año que nos dejó. Antes de empezar quiero deciros que no pretendo que sea una entrada triste, ya que ella no era así. Solo quiero dejar por escrito el bonito recuerdo que tengo de ella y poder, en estas líneas, revivir todo lo que me enseñó. No me enseñó a leer, ni a escribir, ni a cantar, ni a hacer punto (aunque lo intentó), ni a cocinar, ni a sumar y restar, sino que me enseñó a querer y a ser agradecida, esta fue su mejor lección.

Así que por favor ¡todos! sacad vuestra mejor sonrisa… ya os he dicho que no quiero lagrimitas (¡ella no lo hubiera permitido!) y empezad a leer que voy a hablaros de…

La yaya, conocida por muchos como Amparo o la señora Loren, la abuela que bebía un Bitter Kas en la terraza de enfrente de la Salle, que tomaba café en el Entrecot, que se asomaba a la galería a ver pasar a la gente, que tenía la piel más fina a pesar de la edad, que iba a comprar al súper y se tiraba horas hablando con las vecinas, que se ponía sus mejores galas y litros de perfume cada vez que pisaba la calle, que no permitía que habláramos mal del rey, que compraba chucherías a sus nietas sin que su madre lo supiera, que daba más de lo que tenía, que comía más de una barra de pan al día, que preparaba las mejores rosquillas, la abuela más presumida de Girona, la que contaba cuentos, la que veía cine de barrio, la más querida de la escalera.

Solo su recuerdo ya consigue que me ría cuando estoy enfadada, que de repente vea que es la chorrada más grande del mundo lo que antes consideraba un gran problema, que quiera más a las personas que a cualquier cosa, que intente ayudar en lugar de querer que me ayuden, que cambie una palabra inapropiada por un bonito comentario, que cambie un insulto por un beso, una mala cara por una canción.

La Yaya era una persona alegre, generosa, respetuosa, amable, tierna y con el corazón más grande que puede caber en un cuerpo humano. De hecho, creo que sus quilitos de más siempre estuvieron para poder albergar a este órgano. Intentamos quitarle la sal y el pan de sus dietas, pero no fue posible. Nos argumentaba que si seguía dando guerra a los 90 y pico años sería que la sal y el pan tampoco eran tan malos…

Nació en Belmonte de Cuenca y a menudo nos contaba que allí había visto a Sofia Loren. Hablaba orgullosa de su tierra pero compartía ese cariño con otros tres sitios más: Chauen, Girona y Zaragoza.

Los años fueron pasando y ella se adaptaba a ellos con facilidad, parecía la mujer invencible y no paraba de darnos lecciones. Dedicaba su tiempo a cuidar de Antonio “el yayo” y, cuando él faltó, lo dedicó a su familia y a enseñar a los demás que debemos querer sin esperar nada a cambio.

En la clínica de Girona todavía se acuerdan de Amparo, la mujer con más energía de la planta, que repartía amor a todo el mundo y que, de vez en cuando, pedía a las enfermeras un Bitter Kas.